Lóbrega se me ha vuelto el alma, y en las mañanas grises, el sol que enceguece, el tedio mortal, es ahí donde busco el granate que, quizá, espante al demonio que a Trevisan tentó.
Por valle de sombras transita el desdichado, con el cráneo quebrado y sus cabellos a la piel pegados; la preciosa piedra que al oscuro ahuyentase me huye, ningún hechizo funciona.
La cuerda templada sobre el ciprés, la lechuza cantando mi dolor, el dolor que Manfredo espantó; pero no soy ninguno.
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