miércoles, 4 de mayo de 2011

Cercenada

Los pasos se hicieron inseguros, pesados, imprecisos. El pavor del recordar a veces impide caminar sin miedo a caer; pues mirar el río de torturas que te sumergen en su cause y te arrastran al llanto, te impide andar. Quisieras gritar; pero sabes que a penas saldría un leve quejido.

Te detuviste a fumar, miraste las primeras gotas de lluvia, y lugares familiares te decepcionaron, ya era imposible salir del pozo de desolación donde te encontrabas. El árbol, la ventada, la silla... Ya nada de esto te llevaría lejos de tu pesadilla. Miraste su voz, cargada de alegría y vitalidad, te envolvió el murmullo del mar contenido en su piel... Entonces abrazaste la esperanza, la puta esperanza de volver a sonreír.

Te acercaste menos vacilante hacia donde estaba, tus pasos disonantes del ritmo acelerado de tu corazón, acortaban la distancia y olvidaste, apenas por un instante, tus miedos, tus torturas, la rabia y la impotencia de no haber podido... Saludaste con una sonrisa y un abrazo, con tu regreso, con tu entrega; una vela inflada por los vientos de tu inútil esperanza. La respuesta: una sonrisa fugaz, por cortesía, un abrazo con la manos en los hombros para no acercarse tanto a ti, para salir del paso.

-Hola. ¡Que milagro¡- Su mirada se desvió hacia otro lado. -Chao, me tengo que ir.- Una hoz rasgaba tu vientre y vaciaba la alegría reciente de tu pecho. -Al menos di chao.- Elevaste la mano, cargada con libras de tristeza, en señal de despedida y tu sonrisa feneció en el silencio. -Ese es el problema. Tu nunca dices nada. Chao.- Tu parálisis no te dejo sentir su beso en tu mejilla, tu parálisis te impidió contener el llanto al ver que se marchaba, tu parálisis asesinó tu efímera alegría, tu parálisis te impidió abrir la boca y mostrarle... Mostrarle tu lengua, tu lengua cercenada.

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