Sonoros y abrumadores cánticos de tamboras
Perfuman la muerte de la luz, engalanan las tinieblas.
Delicados cirios presiden la danza
Mientras que hermosas flores son alhajas del nocturno.
Surgen dos figuras siniestras pero atractivas,
Sus sinuosos cuerpos quiebran el valor del más aguerrido caballero,
Sus ojos, centelleantes cual ofidio ponzoñoso
Abren las póstulas del guerrero, vierten el pus del deseo.
Sus manos rodean los agotados y acerosos músculos de los presentes,
Sus cabellos rasgan el dolor del combate, el hambre, el odio
El vaho de su sexo lacera el frío corazón del sarraceno, del cristiano
Cayendo así en un trance opiáceo y divino.
Al compás del laúd, los crótalos y el arghul surge la venganza,
La vida mancha el piso con el carmesí fétido e inocente,
Los llamados valientes desgarran sus cuellos pidiendo auxilio,
Pero hoy Alá no está con ellos, Dios ha muerto.
Entre el hedor y la penumbra surgen aquellas dos figuras
Madre e hija, como descendientes de Kali y la amargura
Han cobrado venganza, han saciado su locura,
La hoja de su cimitarra bebe la sangre de los bastardos caídos.
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