martes, 11 de mayo de 2010

Inocencia Santificada

La inocencia sonriente
frente a la puerta de aquella
decrepitud, a ella ligada
por el fino lazo rojo.
En el diado, cual sorpresas
imperdonables para la caridad del alma,
la inocencia levanta su cetro de carne
erguido y reluciente;
la ancianidad lo anida entre sus manos
que al instante se vuelven suaves.

El miasma de perdición envuelve la estancia,
la ancianidad
inicia la sinfonía con su leve jadeo,
apretando sus mandíbulas,
con la emoción del pecado entre sus dientes,
cuidándose de no ser vista
para no caer bajo el yugo,
inoportuno, siempre inoportuno
de aquellos quienes del deseo huyen, y condenan.

La inocencia desnuda
con la carne de aroma aun lácteo,
apenas de tres vueltas envejecida,
posa su cetro de carne sobre
la copa ya añeja, de piedra rugosa
que al instante se vuelve brasa reluciente,

insertándolo poco a poco,
apretando las mandíbulas con
la eléctrica emoción de saberse escondida,
hasta el instante del cosquilleo,
repetitivo, anhelado, inacabable.

La ancianidad ansiosa, poseída por la pasión.
La inocencia tranquila y expectante

sin licores que entregar,
la ancianidad sin embargo los regala,
lubricando el cetro,
dándole la eternidad,
por siempre erguido,
por siempre y desde entonces,
para la corrupción santificado.

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